martes, noviembre 02, 2010

Gris con manchitas blancas.

Escribo mucho esta noche, casi palabras y letras que yo invento, palabras que no existen. Mentiras. Los insultos que me guardo.

Hace tanto que las palabras se me coagulan en la entraña y que me retumban como taladros por dentro...

Esta cabeza se me desprende por el centro y libera arterias centelleantes en todas direcciones. Parece una rabia violácea, un estupor como de día después; tengo un aura oscura flotándome como retazos de aire alrededor, y mi sangre es ligera, muy ligera, naranjada, quiero ignorar esta tristeza, esta estupefacción de puntas filosas que me amaga, y me hallo impotente, estúpida, torpe, consumida como una varita de incienso sin olor, hecha humo, ceniza, estúpidamente, atada, cediendo otra vez a mi dolor, a mi víscera purulenta y negra, a mi tendencia grisácea, al blanco y negro de mis imágenes polarizadas; cediendo a mi alter - ego más temido pero más necesario en la tribulación: la que se agazapa en el regazo de Dios, la que llora con lágrimas transparentes Su palabra, la que flota en un aire solitario para hallarse con su melancolía tan amada, la que no perdona la memoria dolida y le acaricia con la mano abierta y el corazón sollozante. Tengo miedo de mí en noches como ésta, cuando me siento tan vulnerable que pienso por momentos que puedo ceder al impulso y volverme ceniza real, contabilizarme en el infinito donde el dolor se esgrime en dirección contraria y la estabilidad de la mente y el alma no son juego ni imaginación colorida. Todo ahí es real.
Quiero, esta noche casi necesito ser real.

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