miércoles, noviembre 03, 2010

Carta a Oliveira.


Me parece justo y necesario (aunque en este momento y desde aquí, algo absurdo) preparar antes la verdad, con letras. (ESQUIVABLE)

Algo como una larga espina entre las costillas y los órganos que guardan me mantiene inversa, sos una violencia brutal que lo golpea todo, mi llanto pajizo lo corrobora; no hay manera, ché, no hay manera. Mirá que le he dado vueltas, mirado por cada ángulo y no ángulo, no me puedo sacudir la voz ni las palabras ni los esbozos de vislumbre ni la carne trémula y amoratada, el sudor y la saliva, la imagen y el pecho... No puedo dormir de noche, y no es por vos, pibe, no te asustés de nuevo, no es por vos, es por que no comprendo, es por que algo que soy me obliga a tener que comprenderlo todo siempre, y hoy no comprendo, se me agotan las hipótesis y los jugos gástricos y la paciencia (esa se me agota fácil, podés omitirla) y no llego a nada, y ando perdida dando tumbos entre mi ansiedad full-time, pero al cabo, nada.

Yo ya estoy más allá de la convención social, pienso decírtelo; no soy orgullosa, no por algún don emocional excepcional, sino por que esta vorágine del pecho y la víscera, este nerviosismo (y el insomnio) me lo impiden, y sé desde antes cómo acaban (o continúan) las historias cuando un sujeto como yo interviene con sus anticonvenciones: casi lo he visto y no lo describo para ahorrar tinta y tiempo y aglomeraciones repentinas de sangre, y por que creo que también vos lo sabés y deseo dejar este trozo del relato (por que esto es muy probablemente, casi, un relato) en blanco para que interactués y corroborés, como nota de Morelli; necesito saber y agoto las probabilidades y vos sos tan difícil de entender por que oscilas como un péndulo de balines múltiples, de dirección impredecible. Te lo digo solamente por hacer un orden improvisado, por no llegar hasta vos sin las letras ordenaditas, casi como si comprendiera lo que digo y para que vos comprendieras, en realidad te lo digo más para mí, que voy hecha un desastre, que ando buscando trapo rojo y no encuentro, y se me cierran los ojos con el amanecer correteándome de cerca, y vos tan lejano y ajeno, tan salvo de todo.

Qué injusto, ché, qué maquiavélico...

Todo por beber de tu vaso y entrar en tus brazos tibios para refugiarme de otro como vos. Qué irónico, ché, qué irónico.

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