jueves, octubre 28, 2010

Veinte minutos antes del examen de Cartografía.

Era una extensa colección
de minutos estáticos
dentro de los que
el verso no había cambiado de dueño
dentro de los que la palabra
flotaba solitaria
dedicada al destinatario sordo
ciego
descorazonado
y repentinamente
imprevisto como los sucesos fabulosos
vino tu corazón
armado con una redecilla
de cazar letras
y se lanzó
contra toda aquella recua de signos
brillantes, dolorosos, rojizos,
dispuesto y valeroso
a sabiendas de la indecible suerte
armoniosamente batiente
henchido de fiebre
en su caudal hirviente
y sin embargo
dulce, tranquilo remanso
de agua cristalina y tibia
en que guarecer la sed
y enjugar la tinta desperdiciada...
¡Duró tanto el andar circular de mis versos!
Mi viento interno se había hecho remolino
y en mi pecho comenzaba a agrietarse
el dolor de un fruto seco.
Pero es que el verso lo sabe todo.
Sabio, soporta la dedicatoria equivocada
y espera hasta el momento
de sacudírsela
y dirigirse a su morada real.

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