jueves, octubre 28, 2010

La hora.

Estoy cansada
de soportarme todas las horas
de saber que el mundo
permanece afuera
y continúa
mientras yo me soporto
y tengo que vivirme.

¿Por qué no puedo
tener paravisiones
y hallarme de pronto viéndome por fuera
sin tener que estrecharme la entraña
aguantar esta víscera
que me carcome y me hincha?
¿Por qué me inunda el llanto
y no puedo fluirlo
dejarle abarcar los espacios
que me aprietan?
Tengo un aire de miseria
ahorcándome cada centro
despedazando mi memoria
haciendo añicos lo que queda
tengo olor a putrefacción
desollándome consciente
¡No soy tan pequeña
y siento que la hormiga me observa
desde la altura descomunal del miedo!

Estoy cansada de desvanecerme
a cada soplo inverso
a cada pan de harina violenta
a cada trago de ademán voluble
estoy cansada de rehuir
la vidriera y el charco limpio
harta de buscar una hora
en que la gravedad
no me invada
y el hambre de muerte
se me escurra
por las orillas rotas de mi boca
asustada...

Veinte minutos antes del examen de Cartografía.

Era una extensa colección
de minutos estáticos
dentro de los que
el verso no había cambiado de dueño
dentro de los que la palabra
flotaba solitaria
dedicada al destinatario sordo
ciego
descorazonado
y repentinamente
imprevisto como los sucesos fabulosos
vino tu corazón
armado con una redecilla
de cazar letras
y se lanzó
contra toda aquella recua de signos
brillantes, dolorosos, rojizos,
dispuesto y valeroso
a sabiendas de la indecible suerte
armoniosamente batiente
henchido de fiebre
en su caudal hirviente
y sin embargo
dulce, tranquilo remanso
de agua cristalina y tibia
en que guarecer la sed
y enjugar la tinta desperdiciada...
¡Duró tanto el andar circular de mis versos!
Mi viento interno se había hecho remolino
y en mi pecho comenzaba a agrietarse
el dolor de un fruto seco.
Pero es que el verso lo sabe todo.
Sabio, soporta la dedicatoria equivocada
y espera hasta el momento
de sacudírsela
y dirigirse a su morada real.

martes, octubre 26, 2010

Vertedero.

Y que al final todos fingimos que sabemos, siguiendo en realidad enclaustrados en la más devota ignorancia. Y sin saber por qué. E ir de idiotas trazando huellas que no tienen propósito. Y ser un voyeur.

¿Dónde dejamos el fuego? La densa calidez que recorre y quema de adentro hacia afuera, ¿dónde? Uno puede suponer, y hacer como que, pero en la mera entraña, es sólo hacerse pendejo.

No hay propósito. No debe haber. El cauce y la dirección del río no tienen más conciencia de su razón que el pez que, casi inanimado, se deja llevar por la corriente. A menos que uno decida ser El Salmón. Eso sí es conciencia y valentía.

Valiente. El Círculo Polar Ártico. Y otra vez la dirección, el polo, la Geografía: la tura. Tu voz, pura tura. El deseo. Eje, centro de mi encrucijada que se me fluye sin permiso y yo, abanicando y haciendo de hombre-orquesta, trato de evitar, de acallar. Cuando veo, ya estoy ahí de nuevo. Y así, a diario. Todos los días la misma fiaca matutina, y luego la voluntad extraída casi inconscientemente, y luego la decisión, y luego la perpetuidad de la condición humana que me corre por el flujo sanguíneo, y luego el arrepentimiento, y luego la madrugada y el coma paralelo, y vamos de nuevo. Así, todos los días.

Oliveira

Vengo arrastrando
el cansancio inaudito de tu sol abrasador entre mis brazos
cansancio de sed
vengo tirando de mi propia carne para andar
para poder andar

Te huelo y te observo en todo punto
la sangre me contrafluye a veces por que no te hallo
y sin darme cuenta a veces confío demasiado en
la memoria de mi boca
de mi cuerpo
para extraerte limpio del hueso carcomido
del instante que se fue

Sólo soy yo
con este temor a cuestas, con esta hambre
vengo arrastrando la memoria
el riddim
vengo atorándome de cuando en cuando
en la dulce punción de tu cuerpo
sólo soy yo
gritando desesperada a la vera de tu oído
la maga
que sin embargo no puede hacer ni un fuego
ni un truco
que le devuelva la tranquilidad
desde que te mira a los ojos
y no ve más que el infinito...